El campeón boliviano fue certero, golpeó la mesa del grupo C en el momento justo, Moises Villarroel marcó el único gol del partido y ganó en Santiago ante un histórico y pálido rival, que no era la gran amenaza, el fantasma estaba en Montevideo, porque justo cuando Peñarol anotó el 3-2 sobre Paranaense, el Rojo gritó ese gol que le dio la agónica y soñada clasificación.
El partido en sí, dejó poco para analizar, un parco Colo Colo, sin ideas y sin mucha profundidad, fiel reflejo a su mal momento, ante un Wilstermann tan ordenado y prolijo que no pasó apuros, aunque tampoco se animaba a dar el batacazo. Sobre el final del partido algo cambió el libreto. Rodríguez se puso el traje de crack; Serginho comenzó a avisar que estaba en cancha, y Gilbert desperdició las mejores chances de gol del partido, las que no había tenido en más de 75 minutos de juego.
Y de repente, se encontraron, dos que saltaron del banco, Jaime Arrascaita, le entregó una pelota a Moises Villarroel, que estaba de frente al arco, cómo si estuviera en Cocha; Villarroel pateó de larga distancia, esa pelota rozó en un jugador Albo y desconcertó a Cortés. Se metió al arco en el Monumental y el silencio de un estadio vacío se convirtió en el interminable grito de gol del jugador cruceño.
Wilstermann ganó, y dejó anulado el triunfazo de Peñarol ante Athletico Paranaense. Es más, dejó anulado el supuesto “asegurado” primer lugar del equipo brasileño. Y subió la apuesta. Wilstermann en ese grito de gol le dijo a toda América que es líder del grupo C, y que deja fuera a dos históricos campeones de la Libertadores para escribir su propia historia, aún sueña con la Copa, sigue vivo, vuela alto y está en octavos de final, una vez más.