Los Juegos Olímpicos son la cúspide de todo atleta. Cuando a un niño deportista se le pregunta cual es su sueño, casi siempre responde, “ir a unos Juegos”. Muy pocos son los que llegan.
Antes de salir a la escena de un evento de esta magnitud, muchas ideas surgen en la cabeza de los deportistas. Aunque no tuve el privilegio de llegar a unos Olímpicos, les dejo una experiencia que me marcó para toda la vida y estoy segura que muchos deportistas se sentirán identificados:
Tenía las manos sudorosas y no paraban de temblar. Estaba bien peinada y con un maquillaje sencillo. Estaba vestida de azul, llena de piedras plateadas y tornasol. Tenía un poco de sudor en la frente debido a que tenía que estar lista para lo que me esperaba. Rodeada de diferentes culturas que expresan las atletas al hablar con sus modismos y acentos, pero sólo habíá un silencio que hipnotizaba. Los nervios se sentían en todo el ambiente.
De pronto escuché: “Marlen Lorberg a prepararse”. Levante la mirada y mi entrenadora me enseñó una sonrisa muy tranquila, aunque tenía en claro que estaba igual de nerviosa que yo, o tal vez más. Era un pasillo blanco, con una línea azul que decoraba la mitad de la pared. Una alfombra roja engalanaba el túnel infinito. No veía lo que pasaba afuera, solo escuchaba Cry me a river de Frank Sinatra. Estaba muerta de miedo, creía que no podía manejar los nervios. Intenté ser positiva -mis entrenadores siempre me decían eso- pero pensamientos malos pasan por la cabeza.
Recordé lo que muchos decían de mi: “que yo estaba acabada”, “que mi carrera deportiva ya había cumplido su fecha de vencimiento”. La verdad es que solo quería demostrarles lo contrario, pero también pensaba en mí, en todo lo que me había esforzado y todos los malos momentos que había pasado para llegar ahí. Entonces pensé “esto tengo que hacerlo por mí”.
Tuve que esperar algo más de tres minutos, pero sentí que habían pasado horas. Mi cabeza era un laberinto que a nadie le hubiera gustado entrar. Mi entrenadora me acompañó callada, sentí su presencia, su compañía inigualable. La música paró de sonar, la chilena había terminado de competir cuando de pronto escucho en los altavoces: “De Bolivia, Marlen Loberg”. Unas cámaras de Tv Perú me acompañaron. No sabía lo que me espera, repetía una y otra vez que sí se podía. “Vamos, que se puede”, me decía a mi misma.
Me coloqué en mi pose inicial, me limpié el sudor de las manos en la malla -era sólo para perder unos segundos más de tiempo- y la música comenzó a sonar. Todo terminó mejor de lo que pensé; Lo hice bien, mejor de lo esperado. La sonrisa no me la quitaba nadie, hasta salude al público de la emoción. Mi entrenadora me esperaba con una sonrisa y un beso que finalmente, logró aflojar la tensión.
Volví al pasillo, esperando la nota del juez. Me di cuenta que ese túnel infinito son los miedos que tenemos, nos encerramos en lo oscuro, en lo eterno, con temor de lo que pueda pasar.