Con escasas pretensiones de protagonismo, la selección boliviana de futbol enfrentará otros dos partidos amistosos en septiembre. Repitiendo viejos errores del pasado el equipo verde llegará a las dos citas internacionales, sin disputar encuentros previos en casa y con escasa preparación.
Todos señalan que la selección es prioridad, pero a la hora de la verdad eso no se pone de manifiesto, corriendo el riesgo de volver a ser víctimas de la improvisación.
Internacionalmente el año deportivo no es nada tonificante. La reciente participación de nuestros equipos en la primera etapa de Copa Sudamericana nos vuelve a colocarnos en desventaja con otros planteles, pese a que son contados los que figuran entre los capacitados para brindar los espectáculos de antes. Pero aun así los nuestros van muy rezagados, pese a la clasificación de Universitario, en cuya actuación está la única esperanza.
A ello su suma la guerra de insultos y manifiesta rivalidad de dirigentes, que origina la próxima reunión congresal de la Federación de Fútbol que preanuncia una más que complicada gestión para los que sean elegidos.
En un mar embravecido por la turbulencia provocada por los propios conductores de nuestro deporte, nadie puede esperar que los planes y proyectos –si es que existen—puedan arribar a buen puerto.
Ese es el resultado en el que todos son culpables. Unos, porque recogen las enseñanzas de FIFA y CONMEBOL para tratar de eternizarse en los cargos con signos de autoritarismo marcado y los otros, porque dejan para los tramos finales la búsqueda de cambios.
El gran perdedor de esta pugna es el fútbol mismo y los que quedan decepcionados son los sostenedores del espectáculo. Esos que se van a los escenarios deportivos con la esperanzas de ver algo nuevo y salen con pocas ganar de volver a las tribunas. Así estamos y aparentemente así seguiremos para pesar de todos.