RIO DE JANEIRO. Los ojos del mundo estaban en Atenas 2004, 27 de agosto, ese día quedó en la historia del olimpismo, Estados Unidos perdía un partido de Juegos Olímpicos, algo que no sucedía desde la Unión Soviética en 1988, al frente había un equipo casi desconocido, que estaba decidido a escribir su propia historia, lo hizo, peleó por medallas en tres juegos olímpicos de manera consecutiva, ganó el oro en Atenas. Dejó una huella imborrable a una generación de basquetbolistas norteamericanos, entendieron que no eran invencibles que podían perder.
Rio de Janeiro 2016, el universo del básquet recuperó el orden, esa generación que sintió esa derrota como la primera frustración de su deporte en Estados Unidos, reestableció el equilibrio, le ganó a los jugadores que aprendieron admirar luego de ese 2004, compañeros de NBA en muchos casos, dejaron a la Argentina sin pelea por medalla luego de tres ciclos olímpicos completos, despidieron a Manu Ginóbilli, a Chapu Nocioni, y quizás algunos más; Mantuvieron el invicto de una Selección que desde aquel día en Atenas no volvió a perder.
Quizás haya terminado el exitismo –fundamentado en títulos y triunfos épicos- que generó el basquetbol argentino en los últimos 15 años, pero quedará un legado, aquel día en Atenas nos enseñaron a hacer posible lo imposible, ellos asumieron el mando de un deporte olvidado, lo transformaron en lo que es hoy, que sirva de ejemplo, no sólo para el baloncesto o deporte boliviano, puede ser incluso una lección de vida para muchos que lo asumimos como una algo personal. Gracias Generación Dorada, nos enseñaron a cambiar el rumbo de nuestras estrellas.