Jugadores en paro, dirigentes de viaje o destituidos, otros en franco enfrentamiento, clubes con deudas hasta el limite, escenarios impresentables; ¿qué mas esperamos para que alguien le ponga freno al caos?
Si a ello agregamos que a veinticuatro horas de una jornada nadie puede garantizar que esta se cumpla, confirma que estamos caminando por la cornisa y pocos parecen percatarse de esa triste realidad.
En Bolivia estamos acostumbrados a cumplir leyes y disposiciones solo si las sanciones son severas. Por eso mismo, parece que únicamente medidas radicales para los infractores podrán garantizar el cumplimiento regular de los torneos.
Disposiciones difíciles de adoptar desde luego, porque las reglas de juego las establecen los propios interesados y estos saben que no se puede, por ejemplo, determinar que sea la perdida de puntos la sanción para quienes dejan de cumplir sus compromisos económicos con los jugadores. Piensan por lógica en el efecto bumerang; pues nadie está libre de culpa para lanzar la primera piedra.
El fútbol profesional que de tal tiene solo el nombre, ha dado ya sobrados motivos
para que alguien, desprendiéndose del interés de llegar a la presidencia o sentirse con el poder detrás del trono, tome la iniciativa de reunir a los que tengan interés en salvar al deporte rey de este desorden en que se desempeña desde hace vario años.
Son muchas las razones que explicar el porque de tribunas cada vez menos pobladas. Al público, que es el sostenedor del espectáculo, hay que ofrecerle programaciones respaldadas por la seriedad que corresponde a entidad que se precian de tales. La obligación no solo es de los dirigentes sino también de las entidades de agrupan a los propios jugadores. ¿No les parece?