Ha causado revuelo, y con sobrada razón, el criticable suceso del miércoles pasado, donde el jugador de Bolivar Rudy Cardozo, agredió físicamente a Vladimir Soria, ayudante de campo del plantel celeste. La sola mención de las funciones que cumplen los dos afectados en el reprochable acontecimiento, obliga a meditar en la real dimensión del triste episodio.
Si este fuera un caso aislado en el fútbol profesional, probablemente bastaría una sanción ejemplar dentro de los reglamentos que rigen la vida institucional de la academia paceña, para que la normalidad vuelva a la vida interna del citado club.
Sin embargo la gravedad del caso, junto a reiterados problemas que los jugadores tienen entre sí en prácticas frente al público y dentro de los vestuarios, obliga a que los conductores de cada institución vayan pensando en medidas para evitar la repetición de estos episodios.
En muchas oportunidades los DTs. son los primeros en minimizar agresiones, bajo la explicación de ser acontecimientos que surgen al calor del momento y que es normal en la vida interna de un equipo. Frente a esa posición seguramente los directivos hacen borrón y cuenta nueva y ahí están las consecuencias. Con esa actitud se convierten en cómplices directos de situaciones que en cualquier otra empresa serían condenables desde el primer momento; y seguramente impedirían que sigan cumpliendo sus funciones hasta aclarar totalmente el panorama, mas aún cuando una agresión de esa naturaleza tiene muchos testigos, como fue el caso que comentamos.
A 36 horas del triste suceso, que es el momento que escribo este comentario, no existía ninguna comunicación oficial del directorio de Bolivar y casi todos los entrevistados — muchos de ellos tuvieron informes antes del encuentro–, se han encargado de poner simplemente paños fríos al tema incluso justificando la posición de Azkargorta. Lo que resulta tan o mas peligroso que la propia agresión. ¿No les parece?