Por cómo había arrancado el partido, daba la sensación de que Sport Boys no iba a ser rival para las constelación de estrellas de Atlético Mineiro, pero no fue así. Después de verse en desventaja, el equipo de Warnes se levantó, se ordenó y, jugando con inteligencia, le complicó la vida a los brasileños, que no podían creer lo que les estaba pasando: un modesto equipo boliviano les estaba ganando con justicia en su casa. Pero, entonces, ¿por qué el resultado final refleja una realidad tan distinta? Entre otras cosas, por estos tres detalles:
Resto físico. Este punto no se le escapó a nadie: hasta el minuto setenta, el Toro jugó el partido de su vida. Pero, de ahí en adelante, los brasileños hicieron pesar sus condición atlética para pasarlo por encima con muchísima contundencia.
Experiencia. Algo muy relacionado con el apunte anterior: para dosificar energías y aguantar un resultado fuera de casa, jugando a este nivel, es necesario tener encima muchos partidos internacionales sobre las espaldas; saber defenderse con la pelota, hacer tiempo y, sobre todo, mantener la concentración hasta el último segundo.
Serenidad. Al verse en ventaja, el equipo se atufó, y cometió errores propios de un debutante: se metió muy atrás (su endeble defensa e inseguro arquero sintieron la presión), resignó a sus hombres con más peso en ofensiva (Tenorio y Messidoro) y apostó por alargar la cancha para liberar a sus hombres de punta. ¿El resultado? No volvió a generar opciones de gol y los brasileños –con más jerarquía que fútbol– lo liquidaron.