Desde alegrías postergadas, hasta penosas caídas. El año de la Verde se resume como una espiral de emociones ambientada en medio de una de las mayores crisis por corrupción en la historia del deporte. El comienzo de un largo proceso de cambio –que va desde la FIFA hasta la FBF, pasando con fuerte impacto por la Conmebol—se sintió en demasía en nuestro fútbol, y se vio fielmente reflejado en los altibajos de rendimiento de nuestra Selección.
El balance que muestran los números no es muy alentador. Dos victorias, un empate y siete derrotas –tres de ellas por goleada– en diez partidos marcan una realidad a la que nos hemos acostumbrado con el tiempo. Treinta goles en contra y apenas nueve a favor empeoran el panorama, pero, aún con estos números, se rescató uno de los aspectos más importantes: la relación entre el equipo y la hinchada.
Las primeras señales de esperanza se vieron en Chile. La sufrida victoria sobre Ecuador, cortando una racha de dieciocho años sin victorias en Copa América, fue opacada por la estrepitosa caída frente al anfitrión en el partido siguiente, golpe anímico del que no lograríamos reponernos a tiempo para afrontar los cuartos de final. Pero, aun así, la participación fue uno de los puntos altos de este 2015.
Tiempo después, ya con Baldivieso al frente del equipo, comenzaría el camino hacia la renovación. Las declaraciones del entrenador después de la caída en su debut ocasionaron la renuncia de dos estandartes en el plantel. Raldes y Martins dieron un paso al costado semanas antes del inicio de las Eliminatorias, abriendo espacio para nuevos nombres en el equipo.
Situación que, sobre el final, jugados cuatro partidos clasificatorios al Mundial, permite respirar un aire diferente. Una holgada victoria frente a Venezuela, y una dolorosa caída en el Defensores del Chaco, dejaron una sensación de esperanza al pueblo, que mira con optimismo la continuidad del proceso en un año lleno de nuevos desafíos.