La rivalidad más marcada en el Mundo

La rivalidad entre brasileños y argentinos es así: se circunscribe sólo al fútbol, y no es poca cosa.
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Foto: Fifa.com

Muchas veces nos preguntamos todos, por qué tanta rivalidad entre argentinos y brasileños, se habrán peleado por territorios, espacios marítimos, problemas políticos, que pasó en el medio para que esta sea la rivalidad más dura del mundo… pero no! … la respuesta es simple, la rivaldad nace en los pies, en una cancha, en la gloria y en el deseo de ganar, una gran nota de Fifa.com nos muestra el origen y el desarrollo de esta eterna rivalidad, que la disfruten:

Extracto de la Nota “Argentina en Brasil: la rivalidad futbolística por excelencia” de Fifa.com:

En una visita a Brasil en 1909, Roque Sáenz Peña —quien sería investido Presidente de Argentina a principios del año siguiente— terminó un hermoso discurso sobre la relación entre los dos países sudamericanos con una frase cargada de sentido: “Todo nos une. Nada nos separa”.

Y en aquella época, así era. Ya habían pasado décadas desde el conflicto por el control de la Provincia Cisplatina, que se saldó con la independencia de Uruguay. Brasileños y argentinos habían sido aliados en la Guerra del Paraguay, en 1864. Años después, en 1895, la contienda diplomática para definir los límites exactos de las fronteras entre ambos ya estaba resuelta. Se trataba de vecinos que, dentro de la velada disputa que corresponde a los dos mayores países del continente, parecían tener más semejanzas para encontrar un camino común que diferencias que pudiesen generar rivalidad. Pero entonces apareció el fútbol.

Al contrario de lo que sucede en tantos casos en los que la rivalidad nacida de grandes eventos históricos se traslada a las canchas, la disputa concreta que hoy existe entre Brasil y Argentina es, casi exclusivamente, fruto de los estadios. Y también tardó cierto tiempo en aparecer: durante las primeras décadas de existencia del fútbol en los dos países, a principios del siglo XX, la relación era cordialísima. La Copa Roca —un duelo periódico entre ambos creado en 1913— empezó más como un acto de confraternización que como una posible fuente de tensión. El auténtico adversario de Argentina era Uruguay, que le había vencido en la final del Torneo Olímpico de Fútbol Amsterdam 1928 y también en la de la primera Copa Mundial de la FIFA, en 1930.

La rivalidad tardó en fraguar, como explica Newton César de Oliveira Santos en su libro Brasil-Argentina, historias del mayor clásico del fútbol mundial (Editora Scortecci, 2008). En primer lugar, las potencias del continente eran Uruguay y Argentina, con los brasileños en un segundo plano. Cuando se decidió a superar su complejo de equipo de segunda fila, Brasil ya no pararía: ganó tres Copas Mundiales de la FIFA, y se vio demasiado lejos de los argentinos como para considerarlos rivales. “Y ahí fue donde la historia dio un vuelco”, explica el autor. “En el momento en el que la selección argentina finalmente se organizó, ganó un Mundial, pasó a ser respetada en todo el mundo y se transformó en una protagonista natural de todas las competiciones en las que participaba, los brasileños empezaron a mostrar una diferencia inferior en los enfrentamientos directos, y revirtieron la situación a su favor con el último cambio de siglo. Fue entonces cuando la rivalidad se volvió explícita, por ambas partes”.

Si observamos las imágenes del milésimo gol marcado por Pelé, un penal transformado contra el Vasco da Gama, en 1969, nos daremos cuenta de que el guardameta llega a rozar el balón, y que, al ver que aun así había entrado, golpea el césped, frustrado. Es un detalle de una escena breve, pero revelador. El arquero era Edgardo Andrada, y no son pocos los hinchas a quienes gusta decir que el gol número 1.000 merecía pasar a la historia de ese modo: marcado, precisamente, contra un argentino. El propio Andrada admite que, durante años, ser copartícipe de un momento de tanto éxito de un astro brasileño le dolió en el alma. La rivalidad entre brasileños y argentinos es así: se circunscribe al fútbol, que no es poco.

En declaraciones al diario argentino Olé, en 2002, Perfumo definió como pocos la convivencia entre brasileños, argentinos y sus escuelas de fútbol, algo que de tan cierto se ha convertido en un tópico: unos con la creatividad y la ligereza de quien baila samba, y otros con la pasión desmedida y la precisión técnica de un tango. “La envidia es mutua”, definió el antiguo central, que conjugaba en su juego garra y categoría, al más puro estilo rioplatense. “Es una relación totalmente distinta con la pelota. Nosotros la usamos más para conseguir el objetivo, ellos como placer personal. Y eso tiene que ver con la vida, con la forma de ser. Para nosotros el fútbol es trágico, para ellos no”.

No cabe duda. Hasta el punto de que hoy en día incluso entrenadores que no han destacado más que en el fútbol argentino tienen oportunidades en grandes clubes brasileños, como Ricardo Gareca, extécnico de Vélez Sarsfield, que se hará cargo del Palmeiras de forma oficial después del Mundial. Las similitudes, al menos en este aspecto, han vencido a las diferencias, aunque quedasen de manifiesto, entre otras cosas, en tres encuentros históricos en Copas Mundiales de la FIFA, todos ellos en la fase decisiva: un empate a 0-0 en 1978 —la llamada “Batalla de Rosario”—, una victoria brasileña por 3-1 en 1982 y un triunfo argentino en 1990.

Y acerca de esa victoria en Italia, Diego Armando Maradona, autor del pase que resultó en el gol de Claudio Canniggia, comenta en su autobiografía: “Mi país, que goza ganarle a Brasil como no goza ningún otro triunfo futbolístico. ¡Y ojo que a ellos les pasa lo mismo, ¿eh?! Ellos disfrutan por ganarnos a nosotros más que a Holanda, a Alemania, a Italia, a cualquiera. Igual, igual que nosotros. Igual que yo. ¡Qué lindo es ganarle a Brasil!”.

Es evidente que la historia futbolística entre brasileños y argentinos está repleta de admiración. Los unos, por la personalidad de los otros, y los segundos por la creatividad de los primeros. Pero, por encima de todo, a la hora de competir lo que sobra es rivalidad. O, quedándonos con la definición que el sociólogo argentino Pablo Alabarces escuchó de un amigo suyo que vivía en Brasil: “Los brasileños aman odiar a los argentinos, mientras los argentinos odian amar a los brasileños”.

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