El fichaje de Cristian Chávez genera muchas expectativas en la hinchada aviadora. Y no es para menos. Dentro del contexto nacional, la incorporación de un futbolista con la trayectoria del Pochi no es algo que ocurra muy seguido. Multicampeón con Boca Juniors –jugando, y aportando, a la par de históricos, como Juan Román Riquelme y Martín Palermo–, seleccionado nacional durante el ciclo de Sergio Batista y con pasado en otros equipos importantes, el argentino está llamado a ser la gran figura del equipo que quiere dar que hablar en la Copa Libertadores.
Sin embargo, tampoco faltan los detractores. Tras el anuncio oficial, los ‘críticos’ de las redes sociales no tardaron en cuestionar la contratación del volante. Los argumentos fueron casi los mismos de siempre: su edad, su estado físico y hasta su procedencia; pero también había uno muy particular: “pintaba para crack, pero nunca dio ‘el salto'”. ¿Habrá sido así?
Depende de cómo se lo vea. Por un lado, sí, efectivamente: nunca despegó. No alcanzó a constituirse en un líder dentro de Boca y terminó yéndose por la puerta de atrás. Y, salvó algunos chispazos, tampoco pudo demostrar lo que había insinuado en sus inicios cuando pasó por otros clubes (Lanús, Unión Española, Arsenal y Asteras Tripolis). Pero tampoco es justo desmerecer lo que ha logrado.
Al Pochi, para conocimiento de quienes conocen su historia a medias, nadie le regaló nada; empezó de muy abajo. Después de una infancia muy humilde, comenzó su camino en el último peldaño del fútbol de su país: la D. Debutó jugando para Atlas en la temporada 2002/03, siendo aún muy joven; y le iba bien, pero eligió no conformarse. Después de haber jugado un puñado de partidos, decidió probarse en Boca Juniors, junto a una multitud de chicos de su edad, y no tuvo problemas para quedar entre los seleccionados: tiró un caño, metió un gol y se unió a las inferiores xeneizes; donde, en un principio, le constó mucho adaptarse. La distancia entre su hogar y el sitio de entrenamiento lo obligaba a madrugar para llegar a tiempo… y no tardó mucho en pedir un lugar en la pensión del club. A partir de ese momento, fue en ascenso. Debutó en primera división de la mano de Abel Alves en la última fecha del Clausura 2005, contra Almagro; y, si bien no alcanzó a participar del juego (según cuenta, ni siquiera pudo tocar la pelota), sería el inicio de una gran historia.
No tuvo continuidad en el primer equipo auriazul sino hasta la segunda mitad de la temporada 2007/08, cuando el técnico era Carlos Ischia. En aquel entonces, fue pieza clave del equipo que alcanzó las semifinales de la Copa Libertadores; y pocos meses después, metió un gol clave en la definición del Apertura 2008, contra San Lorenzo, que terminaría dándole el título a los bosteros. Después, alternó buenas y malas –siendo su punto más alto el Apertura 2011, cuando le tocó reemplazar a Riquelme (que había quedado fuera por lesión) en la recta final del torneo y cumplió con creces– hasta pasar a Lanús en 2013.
En definitiva, por su presente, es una apuesta muy grande por parte de la dirigencia. Es cierto. Tendrá que cargar con todo el peso de una hinchada muy exigente sobre sus hombros; y no habrá medias tintas: si no la rompe, será una decepción. Pero no hay que adelantarse. Por ahora, basta con celebrar la llegada de un jugador que, definitivamente, jerarquizará el fútbol nacional.