(Jorge Gonzáles). Brasil tiene 200 millones de habitantes y a pesar de ser conocido como “el país del fútbol”, no todos los brasileños gustan de ese deporte. Y muchos de los que lo tienen dentro de sus preferencias, no están de acuerdo con la realización de la Copa del Mundo en su territorio.
¿Incoherencia¿ Creo que no, porque las protestas hay que entenderlas como de quien viene, y viene exactamente de gente que ya llevó a su selección a la conquista mundial por 5 veces, por lo tanto es para tomarlas en cuenta.
En realidad, Brasil y el gobierno del PT, con Lula, primero, y Dilma Rousseff, ahora, apenas está cumpliendo un compromiso asumido y del cual no hubo más forma de volver atrás. Y no porque Brasil no tenga condiciones de organizarlo, si no, más bien, porque nadie contaba con la “política intervencionista” de la FIFA que impone a los países organizadores su caprichos adornados con la palabra “padrón”.
En realidad, la fórmula encontrada por la FIFA está destinada a lucrar cada vez más, sin invertir casi nada, vendiendo la marca “Copa Mundial de Fútbol” y todos sus derivados.
Con ese tal “padrón FIFA” el país anfitrión es obligado a construir nuevos estadios con recursos propios, exigiendo instalaciones donde no se puede llevar banderas y es prohibido alentar a su equipo a no ser estando estrictamente sentados, quitándole su esencia al fútbol, que es exactamente lo popular.
Con ese “padrón FIFA”, la cultura futbolera propia de cada país organizador es violentada, porque no permite que los aficionados consuman lo que les gusta y están acostumbrados.
Imagínense, por ejemplo, que alrededor del estadio Hernando Siles de La Paz, por exigencia de la FIFA, nuestras caseritas no puedan vender sus famosos sándwich de chola, o de chorizo, o los anticuchos, o los helados de canela, y que los aficionados sean obligados a consumir productos Mc Donalds (o similares), o en lugar de refrescos de mocochinchi, seamos obligados a beber las famosas Colas, porque esas empresas multinacionales pagaron para tener esa exclusividad.
La población brasileña pentacampeona mundial está indignada sí y con mucha razón.