A las leyendas del deporte les basta un instante para alcanzar la gloria. Ese lugar, inaccesible para el resto de los mortales, parece un refugio habitual para ellos. A ese selecto club de estrellas pertenece la rusa Yelena Isinbayeva.
El estadio Luzhniki fue testigo de otro salto magistral: puso el listón en 4,89 metros y no se inmutó. Sortearlo implicaría, además de una medalla dorada casi segura, su mejor actuación del año. En juego había la ovación de su gente, el aplauso de Yevgeny Trofimov, su entrenador, el hombre en el que confió para dejar de hablar de lesiones y volver a conjugar el verbo de los récords y el oro. Cuando la reina de la garrocha se suspende en el aire también se suspende el tiempo. Como si los años no pasaran para ella, le bastó un intento para saltar más alto que todas sus rivales. Minutos antes había demostrado que también es humana al necesitar dos oportunidades en 4,65 y 4,82 metros.
Las que más se le acercaron fueron la estadounidense Jennifer Suhr (plata) y la cubana Yarisley Silva (bronce). Quedaron a siete centímetros. En el tercer intento de la cubana en 4,82 metros, Isinbayeva optó por no mirar. Su sangre era un maremoto. Sabía que si su rival no llegaba tan alto, el oro iba a ser suyo. Por tercera vez. Era el retiro soñado.
“¡Clanck!”, escuchó la rusa, y su primer deseo, casi instintivo, fue buscar a su entrenador para dedicarle el triunfo heroico. El estadio tronó, aunque no se había vestido para la ocasión: las tribunas mostraron varios asientos desnudos, como si todos los días el atletismo ruso pariera una Isinbayeva.
Las estadísticas agigantan este último gran éxito de esta atleta rusa: nunca antes, en la historia del torneo, un registro para ganar la plata y el bronce (4,82m) había sido tan alto. Isinbayeva tiene ese gen de los héroes del deporte; ese trozo de ADN competitivo que mejora hasta a los rivales.
La zarina no se contentó con el oro. Quiso regalarles a los suyos una despedida para la historia y fue por el récord del mundo. Después de todo, es una especialista en quebrarlo: lo batió 28 veces a lo largo de su carrera. No pudo hacerlo en su día más emocionante: los 5,07 metros fueron imposibles, como si aquellos 5,06 metros que ella misma conquistó el 28 de agosto de 2009 en Zürich fueran el Everest. “Estoy feliz. Soy la reina de la garrocha. La corona es mía de nuevo”, dijo la nueva-vieja campeona en los vestuarios. Y se tomó unos instantes para dedicar su conquista: “Quiero agradecérsela a los fans. Y también a mi entrenador. Es un genio. Él me ayudó a recuperar el título mundial. Ésta es la victoria más preciada de mi carrera”, reconoció.
Cuando el mundo del atletismo ya empezaba a extrañarla, la zarina se reservó otro pase de magia para el final. “Quiero tener un descanso y formar una familia. Me gustaría volver para el Mundial de Pekín 2015 y los Juegos Olímpicos de Río 2016, pero si algo no marcha bien y siento que no estoy al máximo nivel, entonces anunciaré mi retiro”, apuntó. Lo suyo no era una despedida, sino un hasta luego. “La cuenta es fácil”, agregó. “Nueve meses para tener el bebé y nueve meses para amamantarlo”, pronosticó. Su descanso no será instantáneo: luego del oro en Moscú le quedan dos reuniones más en 2013 para agigantar su figura. “Tengo dos competiciones más este año e intentaré batir el récord mundial. Los años próximos no me verán competir. Pero en 2016 me verán de vuelta o escucharán el anuncio de mi retiro”, esbozó.
Sus compatriotas y los amantes de este deporte se quedarán con una imagen en sus retinas: Isinbayeva con la bandera rusa, recorriendo el estadio en una improvisada vuelta olímpica. Por unos instantes mágicos, la atleta meticulosa, perfeccionista, puntillosa, le dio paso a una persona sensible que exteriorizaba toda su alegría. La presión contenida devino en una celebración para el recuerdo. El festejo incluyó un abrazo entre la campeona y Rumpo, la mascota del torneo, un gorrión de pelo multicolor.
Hace rato que se ganó un lugar en la historia, pero tendrá que hacer lugar en sus vitrinas: 28 récords mundiales, dos medallas olímpicas de oro, tres campeonatos mundiales. Su estela incluye un período de casi un año en 2011 en el que vivió más lesionada que en la pista. Muchos temieron que ése fuera su final sin gloria. Pero no. “El italiano Francesco Sartori compuso una obra maravillosa, «Tiempo de decir adiós», pero el tiempo de despedirse todavía no llegó”, resumió Trofimov, el entrenador de la campeona, a la agencia Itar-Tass. Trofimov, como tantos, deseará que Isinbayeva no se retire nunca.
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