Pintaba para ser una jornada de FÚTBOL memorable –de cierta manera, lo fue–, pero quedó manchada por un intruso que cada vez asume mayor protagonismo: el VAR.
A primera hora, en el cierre del Grupo A, Arabia se vio beneficiada con dos penales inexistentes cobrados a instancias del novedoso sistema. Y desperdició uno. Pero, finalmente, ganó.
Más tarde, en la definición del Grupo B, dos revisiones simultaneas en el tiempo de adición determinaron que España, a pesar de hacer un pésimo partido, se quede con el primer lugar de la zona.
Lo más preocupante, sin embargo, fue que el paraguayo Enrique Cáceres eligió hacer la vista gorda ante un clarísimo intento de agresión de Cristiano Ronaldo, que sólo le costó una tarjeta amarilla.
¿La instrucción viene de arriba? Porque da la sensación de que los jueces no quieren mostrar cartulinas. Y justo ahora, cuando el Fair Play juega más que nunca y hasta puede definir en caso de paridad.
Situaciones similares hay muchas (el planchazo criminal de Piqué, por ejemplo), pero no viene al caso recapitularlas todas. El punto ya ha sido propiamente establecido: el VAR no es sinónimo de justicia.