¿Lo escucharon? ¿Los escucharon? Detrás del grito de los relatores del jueves, estaba el rugido de los ¿ocho, 10, 12 mil? que creyeron y reventaron la bandeja visitante de la cancha de Lanús. Meterla en el minuto 92 era suficiente para gritar hasta las lágrimas, pero compartir la alegría con esos valientes que se la jugaron para acompañar al equipo en la parada más brava es para inscribir ad eternum esa emoción entre las historias inolvidables de nuestro fútbol.
Antes de que aparezca Ferreira y ese zapatazo infernal, ellos estuvieron a pocos segundos de abandonar el estadio enemigo con una derrota. Pequeña, digna y esperanzadora, pero derrota al fin. Muchos ya estarían pensando en que se venía la vía crucis de retornar desde ciudad de Lanús hasta Capital Federal, Flores, Boedo o Liniers. Pero después del gol… ¡mamita que gol! Después del grito sagrado, la sonrisa no se las borraría ninguna autopista ni parada de bus en el mundo. Y la dignidad y la esperanza retumbarían más fuerte que nunca con ese “Bolívar, Bolívar” con el que cerraron el partido y abandonaron el estadio dejando mudos a los del frente.
Los amigos de Late.com.bo informaron desde Argentina que la gente de Lanús estaba muy molesta por “haber perdido la localía”. Y no es para menos. Éramos mucho más que locales. Los que lo vivimos desde La Paz somos testigos que la voz de los comentaristas de la Fox no podía ocultar la música celeste que acompañaba cada “dale Bo” durante todo el partido. Éramos mucho más que locales. Porque la localía la tienes por derecho cuando juegas en casa y no se la discute. Y los nuestros, los ocho, 10 o 12 mil del jueves, la robaron en sus granates narices con pura ilusión y sacrificio.
Gracias, hermanos. Ustedes que aguantaron horas en las carreteras de ida y vuelta. Que se organizaron semanas antes y pusieron la cuota para mandar a sus delegados a comprar hasta 200 entradas cada uno. Ustedes que hicieron la vaquita para contratar a los buses. A tantos que se arriesgaron, porque a la hora de salida del estadio ya no hay subte ni metro que los devuelva al lejano hogar. A ustedes que devolvieron sonrisas humildes a los periodistas e hinchas que los trataron de humillar mientras compraban las entradas. Gracias a ese compatriota de chamarra azul que le devolvió un sencillito “yo creo que les empatamos” al reportero agrandado que lo quiso provocar con un “para mí Lanús pasa caminando”.
El Bolívar se afianza de a poco en cada partido. Plantea su juego y envuelve al rival hasta volverlo impreciso y nervioso. Así le pasó al León y el jueves lo padeció Lanús. A veces marca muy atrás y se perjudica por sus propias imprecisiones, pero hasta ahora la apuesta ha funcionado bien. El que dice que es un equipo que se queda atrás y no propone nada, se olvida que es el único en la Copa que metió goles en todos sus partidos, de local y visitante. La mano de Azkargorta, que otra vez es el vasco top en Bolivia, se nota en la mentalidad y claridad de los jugadores. Él vive su revancha y es una alegre celebración de la nostalgia volver a cantar “es el equipo del Bigotón” en el Siles cuando despedimos a los nuestros. La entrega de ellos completa el combo de este Bolívar que ilusiona más y más. El despliegue, generosidad y técnica son harto ponderables, pero su sacrificio se ha ganado el monumento.
Y el monumento son ellos. Los ocho, 10 o 12 mil del jueves que protagonizaron una de las páginas más emotivas del gran libro de la Patria Celeste. Porque su sacrificio, generosidad y entrega también cuentan. ¡Y cómo contaron la anterior semana! Esta hermosa aventura llamada Copa Libertadores 2014 no sería lo mismo sin ellos. Ya se ganaron un lugar en esta historia. Y todos los que nos rompimos la garganta con el gol de Ferreira podemos dedicarles nuestro tributo y admiración a ellos también. Porque también jugaron. Nosotros, los que lo vivimos desde lejos, tuvimos el privilegio de compartir el grito sagrado con ellos.
Gracias.
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