Ni en Brasil, donde se respira fútbol, deja de generar críticas la política que impone la FIFA. Eso queda patentizado por las numerosas protestas generadas con motivo de la disputa de la actual Copa Confederaciones y el Mundial que se avecina, obligando a millonarias inversiones en un país con muchas necesidades.
Que la Canarinha sea finalista y firme candidata a lograr el cuarto título pasa a segundo término, en un país donde un encuentro futbolístico de jerarquía solía hacer olvidar todos los problemas sociales.
Los tiempos cambian y son muchos los que están en desacuerdo con las obligaciones casi dictatoriales que ha puesto en práctica el organismo que rige el fútbol mundial. Las denuncias de corrupción son permanentes, las imposiciones a los países organizadores de citas internacionales rebasan extremos aceptables y el enriquecimiento ilimitado de la FIFA a costa del sacrificio económico de los pueblos colma la medida.
Cuánta razón tiene Eduardo Galeano al señalar que “El fútbol internacional no sólo es evasor de tensiones sociales, sino que se ha convertido en evasor de capitales e impuestos”.
El gran y poco lícito negocio de los mundiales denunciado tantas veces por grandes figuras como Maradona y Romario tiene cada vez más detractores, lo que seguramente originará que a mediano plazo la federación internacional de fútbol sea obligada a cambiar las reglas. Es hora, como dice Galeano, “que termine el tiempo de que los malabaristas de contabilidad sigan metiendo goles prohibidos al erario público, dejando a las reglas de juego limpio despatarradas por los suelos”.
Cada vez son mayores las señales de que la FIFA transita un territorio sagrado donde dicta sus propias leyes con desconocimiento absoluto de las que tienen los países que la componen.
Todo esto va quedando al descubierto cada vez que finaliza una cita mundial. Por eso y mucho más, los reclamos son cada vez más contundentes y justificados.