Hace poco más de un año, una imagen rompía el corazón de los atigrados. Entre lágrimas, y por circunstancias nunca esclarecidas, un hombre de la casa abandonaba el club. Después de casi diez años defendiendo la camiseta aurinegra, Nelvin Solíz volvía a su tierra para jugar en Ciclón. Parecía ser el fin de su historia en el equipo de Achumani, pero hoy da la sensación de no haber sido más que una alucinación.
Esta temporada, el Chapaco volvió al equipo que lo vio nacer, y parece que nunca se hubiera ido. La comunión con sus hinchas está intacta; y, nada más y nada menos que en el Día del hincha stronguista, les volvió a regalar una alegría: la primera desde su regreso. Apareciendo por sorpresa a las espaldas de los zagueros, como suele hacer, quebró el cerrojo defensivo del equipo chaqueño y venció a Iván Brun –que, a esa altura del partido, parecía invencible– con un zurdazo lleno de ese sentimiento, de esa garra que caracteriza a la institución desde sus primeros días, y que ese día, gracias a él, se festejó en grande.
Por eso, al finalizar el partido, con una expresión que manifestaba tanta emoción como la que no pudo ocultar el día de su partida, se despidió en medio de la ovación del público que tanto lo extrañó durante su ausencia. Pero esta vez era diferente. Esta vez la impresión era otra, totalmente distinta a la de aquella imagen que muchos quisieran borrar de su memoria; esta vez, Nelvin desbordaba un sentimiento único, que si alguien pudiera, hubiera explicado hace mucho tiempo, pero resulta imposible sintetizar en palabras. Por eso, algunos se limitan a argüir que, si no lo sientes, no lo entiendes.