La remontada será inolvidable para todos, hinchas del Liverpool y amantes del fútbol, la tarde/noche del 7 de mayo en Anfield será recordada como una de esas tardes en las que el fútbol nos demuestra el poder que tiene para enamorarnos.
En la previa por todos los rincones de Europa se escuchaba algo “Liverpool es uno de los clubes más míticos del mundo, y Anfield es un lugar donde todo puede pasar”, para muestra seis minutos de partido, el belga Divock Origi -que tenía la misión de reemplazar a Firmino- anotó el primer gol, ese gol que cambió todo el humor de la serie.
Porque cuando iba a comenzar el segundo tiempo, el Liverpool seguía yendo abajo en la serie (1-3), pero Klopp salia al campo con una sonrisa de confianza pocas veces vista en esta instancia. Mandaba a la cancha a su as bajo la manga, Georginio Wijnaldum, que en Camp Nou no pudo desequilibrar, en Anfield hizo dos goles, el segundo y el tercero, para darle el tono de épica a la jornada.
Barcelona en todo este tiempo de partido, ya habíamos superado la hora de juego, tuvo poco, dos pases en cortada de Messi que resolvió bien Alisson, y poco más, estaba cómodo, sabía que un gol podía hacer, y ya con el 3-3 en la serie, un gol era definitivo, era letal.
Por eso cambió el partido, Barcelona se adueñó de la pelota, fue en busca de ese gol que salve la jornada, Liverpool en cambio administró mejor sus fortalezas, cuidó más sus debilidades, entendió que era tiempo del equipo, sin las figuras, todos se pusieron el overol rojo y al son del You’ll Never Walk Alone, Anfield comenzaba a percibir que había algo más.
Igual que Alexander Arnold, que percibió el momento justo, una increíble desconcentración -imperdonable a este nivel- metió un centro mientras todos se acomodabana, Origi quedó solo de cara al arco, anotó su segundo gol y el cuarto del partido. Así una vez más, Liverpool volvió a hacer de un partido “de trámite” para algunos, uno inolvidable para todos. El fútbol en su máxima expresión.