El estadio Monumental estaba repleto, no cabía nadie más, de punta a punta estbaa lleno de de hinchas de River ilusionados con revertir una serie que a priori parecía casi imposible por cómo jugaba Wilstermann y por cómo se había complicado el Millonario.
Pero algo cambió, segundos antes de comenzar, el estadio jugó su parte, cantó, saltó, explotó, se mostró apoteósico. Hizo algo que suele afectar a casi todos los equipos bolivianos. Le hizo sentir visitante en serio a Wilstermann, sin insultos, sin agresiones, sólo con retumbar desde el alma de los rio platensenses.
El ambiete fue tal, que en 20 minutos de partido el equipo Rojo ya había perdido su ventaja, extravíados, desconcentrados, desconcertados, con un esquema raro, con una defensa “nueva” y con un equipo que salió a matar con un mounstruo como el Monumental en las espaldas, demostaron una vez más lo que es la jerarquía futbolística.
Superaron a Wilstermann sin dejar un sólo cabo suelto, destrozaron la ilusión del Rojo, se comieron la esperanza de hacer historia, y le propinaron una goleada de ocho goles, y en los 90 minutos cerrados que duró el partido, el estadio no dejó un sólo minuto en silencio el ambiente, Wilster nunca pudo manejar la presión de ser el favorito.