“Estacionar el bus” es una expresión europea aún poco difundida en la América futbolera, donde preferimos llamar a esa actitud de juego “colgarse del travesaño” (o por tanto, “hacer la del murciélago”) pero no estaría demás que nos vayamos acostumbrando. No se trata ya de llamarle a este un mundial de las sorpresas, las cuales son las que hacen expectable cada nueva Copa del Mundo. Mucho menos caer en la perogrullada del “se han acortado las distancias en el fútbol”. Ocurre que que cuando un equipo juega como el iraní frente a la Argentina, hace notar las diferencias que hay entre un equipo y un grupo de individualidades.
Es que uno espera el partido y se pega a la pantalla queriendo ver a Messi, Higuaín, Di María y Agüero hacer su magia, pero se encuentra con este conjunto que plantea Sabella que se apega a un libreto, sí, pero es incapaz de romperlo cuando se hace necesario. Por eso cuando el contra-argumento defensivo de Queiroz es plantar un 4-5-1 con dos tipos como Haji Safi, Reza y Dejagah como opciones ofensivas, esto funciona. Añadámosle a ello la buena labor del arquero Haghighi, no solo atajando sino ordenando su defensa. Irán tuvo 4 llegadas que levantaron de su asiento al público en Belo Horizonte, antes que Messi se animara a un remate que premió a la gente más que al equipo. Mientras tanto, en el twitter, “falta Tévez” se hizo tendencia, porque lo que le falta a Argentina es eso que le pone Tévez a sus equipos: picardía, sorpresa y ante todo huevos. Argentina se estrelló una y otra vez contra la línea defensiva persa, y la fue haciendo retroceder pero nunca capitular. Cuando hubo espacio crearon pero nunca definieron con claridad.
Messi hizo lo que tenía que hacer. Un grande está para salvar partidos chivos y para sacar adelante a su equipo cuando las papas queman, pero las dudas se quedan en el banco de Sabella, quien parecía haber armado un equipo, pero le falta ponerle alma. Algo que discutiblemente es labor de él.
