Argentina juega lento. Tocan, se miran, la pelota circula, se vuelven a tocar, se vuelven a mirar. Uno espera que corran pero caminan, atrasan la pelota y la velocidad nunca aparece, salvo que Di María o Messi, los llamados a romper las reglas, las rompan en verdad. O el Pipita Higuaín, quien finalmente apareció haciendo lo que hacen los nueves de área: recogiendo una pelota perdida en el área para embocarla.
Contra Bélgica, como había ocurrido en los dos primeros partidos de cuartos, el partido se abrió pronto con un gol antes de los 10″. Conveniente para el ganador pero no para el espectáculo, porque Bélgica salió a buscar el empate sin convencimiento. Como cuando se tiene una frazada corta, si los belgas se prodigaban en ataque descuidaban la zaga y con un Messi en la cancha eso era imperdonable. Tal vez para equilibrar las cosas, Di María se retiró con lesión y Enzo Pérez no llenó sus zapatos. Una que otra subida de Lavezzi por izquierda buscando hacer centro, una tremenda escapada del Pipa que dio en el travesaño (que pudo haber sido el gol del mundial) y Messi que perdió su duelo personal con Thibaut Courtouis, con quien tiene el ojo en tinta desde la Liga BBVA. Pero después la lentitud en el traslado de pelota, que no sé qué tan bien les hará pensando que el rival más probable es Holanda, cuya velocidad ha sido letal en este torneo.
Bélgica, la decepción. Un equipo que venía con gran cartel y cuyo empeño se vio contra los EEUU no arriesgó más de la cuenta y apenas inquietó a Romero con Fellaini cabeceando un par de veces, Hazard en el banco, Alderweireld golpeando y Van Buyten atacando en lugar de defender. Lukaku le dio más movilidad a su ataque pero nunca llegaron con la profundidad como para asustar a la zaga albiceleste, que ahora vela armas hasta el miércoles tal vez más descansados de lo que deberían. Este mundial y sus cuartos de final amarretes.