En Bolivia cuando escuchamos de un seleccionado nacional de fútbol que se prepara para participar en un certamen internacional, el comentario general es: “Uh otro papelón”. Eso es lo que nosotros llamamos, conformismo, esa maldita costumbre al fracaso, y no lo podemos permitir.
En este año solamente ya sumamos 45 jugadores liquidados moralmente y futbolísticamente por formar parte de las nóminas de la peor selección de Sudamérica en su categoría (sub 20/17). Adicionamos más de 1oo jugadores ignorados, o peor, en muchos casos utilizados para llenar preselecciones en procesos inservibles de dos o tres meses que igual son improvisados por la coyuntura de competencia, sin planificación y extraña e innecesariamente costosos.
Los dirigentes se respaldan con la triste realidad económica de la Federación y de las Asociaciones departamentales. Los clubes tampoco ayudan gastando más plata de la que tienen, y abriendo cada vez más la brecha económica y deportiva del país con el resto del continente. Es una verdad que dinero para invertir en cosas importantes, cuesta encontrar en sus arcas, pero un proyecto no inicia en el dinero, un proyecto que se digna de ser tal, pasa por varias etapas una de ellas es el sustento económico del mismo, la generación de recursos para demostrar la viabilidad. A la inversa de lo que nos quieren hacer creer, ustedes quieren dinero primero para ver como se lo invierte después. No señores, funciona al revés y un curso básico de economía lo demuestra.
Desde hace algunos días escuchamos que las deudas se comen los contratos de televisión, y casualmente no tenemos aún televisión en Bolivia porque piden demasiado dinero a los cables del país para darle los derechos, a la selección boliviana la devalúan con goleadas a cambio de grandes bolsas, y luego la TV les paga menos. Suben los precios de las entradas y misteriosamente en poco tiempo acaban las mismas en manos de revendedores, los revendedores duplican los precios y aún así las venden todas. No se pueden quejar que la gente no responde. El espectáculo que pagan para ver los hinchas termina destapando la forma en la que están trabajando.
Piden apoyo gubernamental, algo que sin duda es necesario para que un país desarrolle políticas deportivas como lo hizo Colombia, Venezuela o Ecuador. Pero al mismo tiempo se niegan a hacer estatutos claros que garanticen que los dirigentes sean tales, que no sean oportunistas y dejen a las instituciones quebradas; Se niegan a pedirles avales que garanticen sustento propio, porque saben que con dirigentes auto sostenibles se acaba la opresión por la repartición de migajas. Piden hacerle monumentos a los dirigentes del fútbol en lugar de exigirles inversiones en estructura. Miran sin asombro como un club del Nacional B contrata veteranos -carísimos- que están más cerca de la jubilación -en lugar de exigirles dos o tres categorías competitivas en inferiores- para garantizar planillas competitivas y ampliar el espectro de jugadores.
Así armamos equipos que los envían a la palestra cada dos años, para que sean degollados, porque encima ponen a directores técnicos que aceptan sus condiciones, no a los que les ofrecen proyectos. Y les dejan libertad de acción sin pedirles informes, dejamos pasar una y otra vez la pelota en el arco y nadie se sonroja.
Quizás hayamos pasado gran parte de nuestras vidas, viendo fracasos, pero hay momentos, ejemplos, que nos demuestran que podemos -algunas veces, algunas personas hicieron las cosas bien- Y si no los quieren ver, también tenemos ejemplos del exterior para tomar y mejorar, pero ustedes eligen el peor modelo, el de Julio Grondona.
Nosotros vamos a seguir esperando por gente que quiere al país, esperanzados que un diez en la cancha, un DT en alguna selección o un dirigente que no dependa del dinero de los contratos de televisión, sea capaz, y comience a remar con los que aún creemos que se puede remar contra la corriente.
Ustedes sigan pidiéndonos con sus acostumbrandonos al fracaso, que así están cómodos, pero no crean que lo estamos haciendo, nos damos cuenta. A nosotros no nos pidan que nos acostumbremos al fracaso.