(Jorge Gonzales). Quién se gana la vida con esfuerzo, trabajando y haciendo lo que le gusta, es un bendecido. Es para pocos.
Marcelo Martins Moreno es uno de esos pocos.
Pero, ojo, la bendición no garantiza la victoria, al contrario, exige más dedicación.
Dedicación que adquiere contornos más meritorios cuando la compensación llega lejos de la tierra que nos vio nascer.
En un país como Brasil, tan competitivo deportivamente, conquistar un espacio en el fútbol es muy difícil, casi imposible.
Marcelo consiguió su espacio con humildad y sacrificio y, con ello, conquistó a la afición del Cruzeiro, una de las mayores del balompié brasileño.
Ver a un boliviano entrar al Mineirão para el clásico frente al Santos, encabezando a sus compañeros brasileños, luciendo el cintillo de capitán, tiene un significado ciertamente igual o mayor que todo el fútbol boliviano del momento y sus parcas victorias.
El brazo izquierdo de Marcelo Martins Moreno me hizo, el domingo que pasó, más boliviano que nunca.
Me sentí, realmente, representado.
Solo quién ya fue futbolista sabe el significado de ese sentimiento.
Imagínense como se siente quien trabaja escribiendo todos los días sobre las cosas del fútbol.
Si de algo se habla en Brasil sobre Bolivia, hoy, ciertamente no se refiere al gas, al presidente indígena, a sus opositores k´aras, a los que piden refugio, a los bolivianos inmigrantes explotados.
En Brasil se habla hoy, sobre el boliviano Marcelo Martins Moreno.