Argentina no fue ninguna maravilla, pero hizo méritos suficientes para alcanzar la clasificación. Tuvo pasajes de buen fútbol, después de varios meses –o incluso años–. Y así y todo, lo que terminó marcando la diferencia no fue eso, sino la entrega de sus futbolistas durante todo el partido.
La imagen de Mascherano ensangrentado es elocuente, porque si bien el ex FC Barcelona estuvo muy impreciso en la entrega y decidió mal en varias ocasiones –incluido el agarrón que derivó en el penal–, su despliegue hizo recordar al Jefecito de hace cinco o seis años, que brillaba jugando al más alto nivel.
Seguramente eso no lo es todo, pero contagia. Claro que contagia. Y al final hasta Messi, a quien muchas veces se le reclama que no corre, se tiró a los pies para el delirio de sus aficionados. Eso, todo eso, más el fútbol que apareció por chispazos, le dio vida al gigante al que nunca hay que dar por muerto.