Matemáticamente, Argentina sigue con vida en el Mundial de Rusia; futbolísticamente, no. El equipo de Sampaoli, al que Messi salvó en tantas ocasiones, no insinúa ninguna mejora. Y, encima, tiene apagada a su máxima estrella.
Antes del comienzo de esta Copa, decíamos que La Albiceleste era candidata por partida doble: a ser campeona y a ser decepción. Y lo segundo, más temprano de lo que se esperaba, se terminó cumpliendo.
El actual subcampeón mostró muy poco ante Islandia, y terminó de derrumbarse ante un conjunto más fuerte y con más nombres propios. Croacia le hizo tres, pero pudo llenarle la canasta.
Ahora, su gente espera una mano de Nigeria para seguir creyendo en el milagro. Pero lo que necesita, desde hace tiempo, es una reestructuración total. Borrón y cuenta nueva, como dirían ellos.
De un tiempo a esta parte, su fútbol perdió el rumbo. Y el trabajo de años, desde el ciclo Menotti hasta los días de Pekerman, comenzó a diluirse hasta desaparecer: su identidad ya no es la misma de antes.
Es una lástima, porque seguramente se quedarán con las ganas de ver a uno de los mejores jugadores de su historia levantar una copa con la selección mayor y lamentarán haber desaprovechado su talento.