Iniesta cumplió su sueño. Retiró a su padre de albañil a los 40 años y le compró una casa a su madre cuando firmó su primer contrato profesional. Iniesta es campeón del mundo, padre, su plato favorito sigue siendo el pollo con patatas y fuera del campo pasa tan desapercibido que cualquiera le puede confundir con un camarero, como le ocurrió no hace mucho.
De pequeño, Andrés Iniesta Luján jugaba al fútbol en la pista, como se conocía en Fuentealbilla a la suerte de polideportivo con suelo de cemento, situado a la intemperie, con dos porterías de fútbol sala y dos canastas. Hasta que cumplió los ocho años, momento en que pasó la prueba de acceso a las categorías inferiores del Albacete, a 80 kilómetros de su casa, y empezó a alejarse de la pista y también dejó de ir a ver cómo saltaban las ranas en las charcas del pueblo.
“Yo era del Albacete. Se han contado muchas historias, pero la realidad es esta. Mi padre era simpatizante del Athletic, y yo del Albacete y del Barça, mi segundo equipo.”
Allí jugó, en Albacete, hasta que dejó de ser anónimo, cuando fue elegido como el mejor jugador del torneo de alevines de Brunete, organizado por el periodista de la cadena SER José Ramón de la Morena. Imposible no reparar en aquel niño tan colorista en su juego y de cara tan pálida, la misma que su madre y hermana. Había observadores de los mejores equipos, también del Madrid y del Barcelona. Albert Benaiges, uno de los mejores colaboradores de Oriol Tort, responsable del fútbol base azulgrana, regresó al Camp Nou con unos cuantos nombres en la libreta, Iniesta a la cabeza.
Pero había un problema. Por entonces la edad mínima de ingreso en la residencia de la Masía era de 14 años, y Andrés solo tenía 12. El club explicó a la familia que seguirían con especial atención la trayectoria del niño y le reservaban plaza para dentro de tres años. “Lo típico de entonces. Ahora todo va mucho más rápido”, explica Rodolfo Borrell con cierto aire de melancolía desde Liverpool, donde desde hace un año trabaja de director de The Academy, la escuela formativa del Liverpool.
A favor de Iniesta jugó entonces un protagonista desconocido, un niño de la misma edad y que también figuraba en las notas de Benaiges, de nombre Jorge Troiteiro. Pasadas dos semanas del torneo de Brunete, el padre de Troiteiro se personó en la Masía con su hijo de la mano. “Ustedes mismos: ¡O se queda aquí o me lo llevo al Madrid, pero mi hijo ha de ser futbolista!”, le soltó a Tort. A El Profesor, como se conocía al coordinador de la cantera azulgrana, se le ocurrió la mejor de las soluciones: aceptó el ingreso de Troiteiro y llamó a Fuentealbilla para que se incorporara Iniesta. “Al menos se harán compañía uno al otro, no se añorarán, tendrán con quién jugar”, recuerda Rodolfo Borrell que aseveró Tort, responsable del fútbol base del Barça.
“Después de pensarlo mucho, de hablar con mis padres, dije que quería venir (a Barcelona). Una vez dicho, me convencí de que costase lo que costase lo aguantaría. Es mi forma de ser, son los valores que tengo. Al principio de subir al primer equipo no jugaba mucho, pero tenía el convencimiento de que iba a triunfar. Se hablaba de cesión, pero yo prefería estar aquí aunque jugase cinco minutos, tenía el convencimiento de que con trabajo e ilusión me daría lo mío. Por eso cuando le dije a mi padre ‘nos vamos’, sabía que no habría viaje de vuelta”
También intuyó el gol del Mundial (2010).
Yo sabía que tenía que ser el Mundial de España. Estaba convencido. Tenía que ser esta vez o nunca, por el seleccionador, por los jugadores, por las sensaciones, porque sí, porque tocaba. Así lo visualicé a nivel global y personal. Lo había pasado muy mal durante la temporada y sabía que no habría un mejor escenario para volver a encontrarme a mí mismo. Y al final me volví a sentir futbolista, fui de nuevo feliz. El Mundial me liberó de un año terrible a nivel personal. Sufrí mucho para tener estos minutos de gloria final, por ese gol, por disponer de esta última bala. El gol me ayudó a cambiar para mejor, a ganar confianza, a tener continuidad.
Andrés Iniesta es hoy un héroe nacional, titular indiscutible en el Barcelona, una celebridad por sus goles en Stamford Bridge y Johanesburgo, el mejor embajador del país en el mundo. “Más que nada me siento un privilegiado, pero no me veo más allá de un jugador que a veces puede ser mirado por mucha gente. No deja de ser curioso, en cualquier caso, que los aficionados me aplaudan cuando me sustituyen y generalmente su equipo va perdiendo. Entiendo que más allá del fútbol y del resultado se valoran otras cosas”
Ramón Besa – Luis Martín, 2011. Diario El País