Después de –casi– un año separados, el Gran Capitán y La Verde se reencontraron. Y, habiendo visto cómo lo hicieron, no es exagerado decir que fue ideal. Casi de película. Porque sí, el contexto y los condimentos que se habían acumulado a su alrededor hicieron que pareciera guionado.
No sólo por el desenlace del partido, sino también por su desarrollo. Desde el puntapié inicial, la sensación era otra, una bastante difícil de explicar, y que podría sintetizarse como seguridad y tranquilidad. Algo que, sin desmerecer a los que ocuparon su lugar durante su ausencia, no se había percibido en los anteriores diez juegos.
Cualquiera que haya estado presente puede corroborarlo: con Raldes, es otra cosa. Y esta vez, además de sentar presencia en la línea defensiva, le tocó darle tranquilidad a todos los bolivianos desde otro lado, mucho más adelante, y cuando más lo necesitábamos. Como dijo Hoyos, es un caudillo hermoso.