El día después de la eliminación. Ya muchos lo dijeron, pero vale la penar repetirlo para entrar en contexto: el que, a priori, parecía con más chances de avanzar de ronda –por su presente y el buen resultado que consiguió en el partido de ida– terminó siendo el único sin hacerlo. Pero, ¿’merecía’ lograrlo?
Sin hacer un partido brillante, Wilstermann fue, en términos generales, superior a su rival. Más allá de pasar momentos de zozobra, especialmente en la segunda mitad, durante el desarrollo del encuentro daba la impresión de tener la clasificación encaminada. Tan encaminada, que sintió la definición por penales como un castigo.
Se notaba. En los murmullos del público, en las expresiones de los jugadores y, aunque muchos lo crean imposible, en la tensión del ambiente. Los paraguayos habían apuntado a eso. Después de fallar el penal, sabían que era lo más sensato: a diferencia de su rival, tenían poco que perder. La habían sacado barata.
En el mundo del fútbol, pasa. El que perdona termina pagando. Ojo, no pasa siempre, pero le pasó al Rojo; que no sólo perdonó en el Capriles, sino también en Paraguay. Tal vez esa fue la gran diferencia con sus pares nacionales. Mientras ellos llegaron a saborear sus victorias como hazañas, para el Rojo parecía una obligación. Una presión difícil de soportar.